viernes, 19 de marzo de 2010

Parto

De los pocos recuerdos que hoy tengo en la cabeza, tengo uno que no podré olvidar nunca: Yo era pequeña, tendría unos quince o catorce añosmas o menos. Jugaba con mi hermano mayor de dieciseis o diecisiete años. Oímos gritos procedentes de la habitación de Madre y nos asustamos. Mi hermano, que siempre había sido temerario, se levantó del suelo y entró a la casa. Yo no me iba a quedar en nuestro jardín así que le agarré de la mano y entré con él. Llegamos a la habitación de Madre, donde nada más entrar olía a sangre. Madre estaba en su cama, sudorosa y jadeante. Parecía muy cansada. Había un hombre a su lado de espaldas que lucía una bata blanca con manchas de sangre. Observamos los dos que Madre estaba de piernas abiertas, en forma de ángulo de cuarenta y cinco grados con las rodillas hacia arriba, haciendo el vértice de este. A aquel hombre solo le podíamos ver el pelo, corto y oscuro. Cuando Madre nos miró, esbozó una leve sonrisa mientras sus ojos parecían llorar. Yo comencé a temblar, agarrando fuerte la mano de mi hermano, que estaba bastante tenso. Él me devolvió el apretón, para darme señales de que me protegía. Intentaba no hacerme notar que estaba asustado... ¡Era tan bueno! De repente, detrás nuestra apareció Padre. Con paso firme caminó hacia la cama donde estaba Madre y se le quedó mirando. Luego le dió un beso en la boca con ternura, como si se despidiera de ella... Pero... esa ternura desvaneció cuando miró al hombre de la bata blanca. Empezó a gritar furioso maldiciones hacia todos los seres del planeta. Sus ojos entraron en cólera y yo me abracé a mi hermano, que observaba con cierto interés incluso. Salió rugiendo de la habitación, y cerró la puerta de un portazo. Madre dio un gran suspiro y nos llamó con voz débil a ambos. Nos acercamos con miedo, yo mas que mi hermano lo admito. Le agarraba la mano fuerte mientras caminabamos hacia allá. Nada mas llegar al lado contrario de la cama de donde estaba aquel hombre, nos miró a los ojos y nos sonrió. El hombre se giró con una gran sonrisa y le entregó una manta a Madre. "¿Por qué una manta?" Pensé en mi ignorancia. Dí un bote, pues esa manta de pronto comenzó a llorar y a moverse. Madre, para callarla se sacó un pecho y lo puso contra ella. Mi hermano, alargó la mano, tras un gran suspiro de alivio y quitó parte de la manta con una sonrisa al ver mi reacción. Debajo de esa manta se ocultaba una criatura pequeña y sin pelo. Cuando terminó de comer, o eso dijo Madre que hacía, se giró y posó sus fríos y bellos ojos en los nuestros cálidos. Yo vi que me sonreía cuando alargó esas pequeñas manos hacia mi. Yo también alargué mi brazo para que me sujetara un dedo. Su piel era algo más clara que la de mi hermano y la mia. Lo sé porque mi hermano y yo eramos como gemelos, casi iguales solo que de distintas edades. Pero no le dí tanta importancia como Padre. Yo estaba feliz. Era la primera vez que veía a un bebé. Pero no era un bebé cualquiera, sino... mi hermano pequeño... mi hermano bastardo... al que prometí querer hasta el final de mis días.